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sábado, 3 de agosto de 2013

De disculpas y enamoramientos

Lo sé, lo sé. No tengo perdón. Pero entiéndeme, soy la reina de la procastinación, he de hacer honor a mi cargo. ¡Lo que cuenta es que por fin se acabó la espera! En realidad sé que te da igual cuánto haya tardado en publicar, pero es que soy muy teatral.

Uno de los motivos por los que no he escrito nada hasta ahora es que he tenido un verano un pelín ajetreado. No durante el mes y medio que ha pasado desde mi última entrada, claro; pero han sucedido cosas que considero lo suficientemente importantes para mi historia como para ser dignas de que te las cuente.

He reiterado a lo largo de las entradas de este blog mi intención de relatarte los acontecimientos relevantes de mi vida desde un enfoque interesante; como si fuese una novela más. Por lo tanto, no puedo limitarme a vomitar lo sucedido las últimas semanas (aunque sea lo que más me apetece contarte ahora) porque todavía no tienes los datos suficientes.

Así que lo más adecuado va a ser empezar por la parte que todo lector espera cuando abre un libro de estas características: el momento en el que los protagonistas se enamoran. Aunque en este caso, como ya sabrás, es algo unidireccional. 

Antes de comenzar (y siguiendo mi tradicional estilo de dar mil vueltas bailando la conga antes de llegar al grano) me gustaría decirte por qué no te he contado antes esta historia. Básicamente, no quería sobrecargar este blog de LUCASLUCASLUCAS. Eso te daría la equivocada impresión de que él es todo en lo que pienso. Pero no puedo negar que es una parte importante de este "relato", y creo que ese momento es el principio más adecuado.

El sol brillaba en las calles de Valencia, y la temperatura era tan deliciosa que decidí olvidar de que también suponía una promesa de que, al final del día, mi piel iba a lucir como la del cangrejo Sebastian. Una fila desordenada de alumnos de cuarto de ESO caminaba alegremente hacia la catedral de Santa María. El motivo de nuestra visita a la capital de la paella y las naranjas era el viaje de fin de curso, así que debíamos de estar a finales de mayo.

En ese momento yo estaba acompañada por Ana, y las dos cantábamos con entusiasmo una canción del nuevo álbum que alguno de nuestros grupos favoritos (no recuerdo cuál) acababa de sacar. Para variar, era el tipo de música que las personas como Lucas no consideran digna de ser calificada como tal, y daba la casualidad de que él se encontraba cerca para hacérnoslo saber.

-¡Eh, vosotras dos! ¡Apagad la radio!

Antes de nada debéis de saber que Lucas y yo tenemos (¿teníamos?) una relación extraña. Aunque tal vez llamarlo "relación" puede resultar equívoco o demasiado optimista. Cuando éramos pequeños, los dos fuimos bastante amigos. Él no estaba en mi pandilla, ni yo en la suya (si es que puede decirse de los críos de siete años que tienen ya pandillas de colegas), pero nuestras madres se conocían del trabajo, y los dos pasábamos mucho tiempo juntos. Con el tiempo cada uno fue por su lado y, llegado ese momento (el del viaje a Valencia) desde luego ya no podía decirse que fuésemos amigos. Pero tampoco éramos meros conocidos, teníamos todavía esa sempiterna confianza residual de los colegas de infancia.

-Métete en tus asuntos, Lucas.- espeté con brusquedad. Si hay algo que no soporto (en realidad hay muchas cosas) es que me manden callar cuando estoy cantando. Supongo que me lo tomo como algo personal.

-En serio, lleváis todo el camino taladrándome la cabeza con esa mierda.-insistió, a la defensiva.

-Voy a ignorar lo que acabas de decir sobre [inserte aquí el grupo que fuese que estuviésemos cantando] porque en esa discusión tienes todas las de perder, y no quiero ser la culpable de malherir tu preciada y precaria autoestima. Pero por si no te has dado cuenta, todo el mundo está haciendo ruido.-continué, abarcando toda la fila con un vago gesto de mi brazo.- Si nosotras te molestamos, te sugeriría que dejases de prestarnos atención y te fueses con tus propios amigos, pero como sé que no tienes de eso, me limitaré a decirte que te vayas a otra parte o que te aguantes.

Ana me miró, alarmada por mi arranque.

Vale, he de admitir que había sido un golpe un poco bajo. No es que Lucas fuese el marginado del curso, pero (por mucho que él intentase aparentar lo contrario) tampoco era precisamente de los más populares.

Él se quedó ahí de pie una décima de segundo más, como si fuese a contestar. Pero no debió encontrar una respuesta que mereciese la pena, así que se fue sin más. Y Ana seguía mirándome como si acabase de apalear a un cachorrito. Yo fingí que no me importaba. No había hecho nada malo.

Pero entonces... ¿por qué me sentía tan estúpida?

Tampoco había dicho nada del otro mundo. Vale, había sido una borde; pero él tampoco se acababa de portar como la persona más amable del mundo.

Pero tampoco se merecía mi contestación.

¿No?

Lucas no habló conmigo durante el resto del día. En realidad, no era nada extraño, ya he dicho que no éramos amigos. Pero yo estaba segura de que seguía enfadado por mis palabras. Una y otra vez me dedicaba a buscarlo entre la gente, preguntándome si debería ir a disculparme. Pero era una estupidez; y cuanto más tiempo pasaba, menos sentido tenía. No había sido para tanto. Si le pedía perdón, Lucas creería que le estaba dando demasiada importancia. Y a saber qué deducía de eso.

El problema era que  le estaba dando importancia. ¿Qué podía deducir yo de eso?

Recuerdo perfectamente esa noche, ya en mi cama. No podía quitarme el asunto de la cabeza. ¿Por qué había sido tan desagradable? ¿Qué pensaría Lucas de mí?

Y, ¿por qué me importaba?

Un montón de imágenes suyas cruzaron mi mente, como si fuese un cartel gigante que intentase decirme con brillantes letras neón cuál era la respuesta a  mi pregunta: recuerdos de los dos juntos en su casa cuando éramos pequeños, la forma encantadora de ser que tenía cuando nos cruzábamos de camino al instituto y recorríamos el resto del trayecto solos; su sonrisa, sus manos, sus ojos... Mientras le buscaba entre mis compañeros en Valencia, me había dado cuenta de que había aprendido a reconocer su perfil o el contorno de sus hombros. Resaltaban entre el resto de la gente. ¿Cuándo había pasado eso?

Entonces lo supe. No hubo corazones de humo ni una lluvia de serpentinas rosas a mi alrededor, no sonaron campanas, el corazón no me dio un vuelco, mi estómago no se encogió ni fue invadido por mariposas. Simplemente, lo supe, y la idea era absurda a tantos niveles que me hizo reírme sola en mi cama antes de atreverme siquiera a formular el pensamiento.

"Me gusta Lucas".


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